¡Así somos!
Compartimos con ustedes el testimonio de Mauricio Carreño, Subdirector de la Corporación Crédito al Menor, quien expresa cuál es la labor diaria con las niñas y adolescentes atendidas, las dificultades que se deben enfrentar y las gratificaciones que tiene este trabajo social.
Es difícil de explicar cómo se vive el día a día al interior de la Villa Jorge Yarur Banna, así como debe ser difícil de explicar la realidad de una familia particular, por la complejidad de las relaciones y dinámicas entre los miembros que la componen.
Básicamente un día normal se basa en la construcción de hábitos. Se hacen los esfuerzos necesarios para que retomen sus estudios, se organizan actividades extra programáticas, van al doctor si es que así fuese necesario, es decir, se trabaja por normalizar y dar un orden y estructura a sus vidas. Suena simple, pero la verdad es que es una actividad que demanda mucho en términos emocionales.
Con el paso de los años, he sido testigo de grandes casos de superación, donde la disciplina entregada, fundada en el amor y el respeto, ha sido capaz de transformar a niñas en lo más profundo y darles una segunda oportunidad, esperanza y un nuevo comienzo.
He visto ejemplos de vida y resiliencia que calan en lo más profundo de mis convicciones. Quizás más de una vez hemos leído o escuchado la frase “que han sido gravemente vulneradas”, pero la verdad es que, para quienes son ajenos a esta realidad, se les debe hacer muy difícil de visualizar. Los alcances de esa frase son monumentales.
La vulneración no va sólo en aspectos físicos o carencias materiales, tiene que ver con una transformación en lo más profundo, un atentado a la seguridad, la confianza, la autoestima, básicamente, es un atentado al ser y su existencia, sobre todo cuando el abuso se ha efectuado durante la primera infancia. El dolor que provocan estas situaciones genera una inestabilidad emocional difícil de reparar, pero no imposible.
Soy un convencido de que el amor todo lo puede. Si bien no somos su familia biológica, intentamos en la medida de lo posible, emular un espacio familiar, un espacio protegido que les entregue el cariño, contención, preocupación y dedicación que necesitan para sentirse seguras y libres de ser y existir. Creo que si logramos transmitir una amorosa experiencia de vida familiar, centrada en el respeto, la preocupación por el otro, se instalará en ellas un anhelo de formar y tener algo similiar cuando sean grandes, y así romper este círculo de vulneraciones, que probablemente se arrastra por generaciones.
Sinceramente, no existen días en que no me cuestione si lo estamos haciendo bien o mal. Así, como en una familia los padres cuestionan sus métodos de enseñanzas para lograr entregar a sus hijos lo mejor, nosotros como equipo evaluamos las medidas que adoptamos para entregar a estas 60 niñas lo mejor.
Como lo dije en un principio, es una labor emocionalmente desgastante, porque es imposible no involucrarse, es imposible no alegrarse con sus logros, no sentir con ellas sus frustraciones, no vivir con ellas este doloroso, pero precioso camino de superación. Puedo asegurar que, para todos quienes trabajamos en la Villa Jorge Yarur Banna, este no es un trabajo como cualquiera, tenemos la vocación de caminar con cada una de nuestras niñas y lograr que sean felices.
Mauricio Carreño
Subdirector CCM